viernes, 31 de diciembre de 2010

Doce peticiones para otras tantas campanadas que inician el año

Manuel Lozano Garrido escribió en el Semanario 'Signo', el 8 de enero de 1955, "doce recursos de urgencia, los telegramas de otras tantas súplicas para cada una de las doce campanadas que inician el año". Peticiones y deseos, que aún siguen siendo de plena actualidad, y a los que nos sumamos y pedimos en este fin de año.

Estoy ante Ti, Señor, en este instante fugaz, a caballo de dos tiempos. Hace frío y luce ahora un raro crepitar de estrellas. Se diría que todo descansa, pero el silencio de ahora nace de una duermevela electrizante.
¿Ves, Señor? En tus plazas y pueblos se han congregado muchedumbres con las frentes en alto; pero Tú no te hagas ilusiones, porque esos ojos que se desorbitan de ansiedad están hoy polarizados apenas por la estricta circunvalación de un reloj.
Es absurdo, mi Cristo, pero así es. “Entonces –dirás- ¿es que al fin se reúnen para amarse?”. No; en el fondo, esas células que integran lo que se llama la multitud tienen entre sí la repelencia de lo egocéntrico. Para ellos, en la autopista del tiempo corren hoy sólo dos leves saetas la carrera de lo personal. Apenas cuando crucen conjuntamente la cinta de las doce, oirás el estruendo con que cada uno festeja el aparente hallazgo de un seguro de vida.
Para entonces, quiero ofrendarte mi súplica.
He oído ya la puesta en marcha de una sonajería, y el martillo de bronce está en alto para la danza de las horas y el rigodón de la vida. En su honor, barrena ya la noche la pacífica metralla del champán y de lo que pudo ser tu sangre, el vino. Pero antes que, con las burbujas, tolera que te envíe, como doce recursos de urgencia, los telegramas de otras tantas súplicas para cada una de las doce campanadas que inician el año.

jueves, 30 de diciembre de 2010

Beato Lolo, amigo, ruega por nosotros

No tuve la fortuna de conocer a Lolo personalmente. Le publiqué artículos en alguno de los Medios de Comunicación que dirigí; pero me llegaban indirectamente a través de agencias de prensa. Le conocí a través de aquellos escritos y, sobre todo, de sus libros, una vez que a él se le llevó ya el Padre común.
Me afilié, inmediatamente a la Asociación de Amigos de Lolo. Soy, pues, formalmente al menos, amigo de Lolo. A través de la asociación he ido entrando en su mundo, he escrito y hablado sobre él con cierta frecuencia. Me siento amigo de Lolo.
Desde el día en que la Iglesia nos autorizó a invocar su intercesión, proclamándole Beato, añadí a mis oraciones diarias la universal jaculatoria para orar a los beatos y santos, con un añadido personal : Beato Lolo, amigo, ruega por nosotros. Hoy por hoy, y provisionalmente hasta que la Iglesia, si lo considera oportuno, le inscriba en alguno de los tradicionales grupos de santos (mártires, confesores, doctores...), Lolo encabeza para mí el grupo de santos amigos. Y me he preguntado si al Beato Lolo le encajaría esta clasificación.
Si algo me impresionó siempre en Lolo, además de sus dos grandes cualidades --la transformación del dolor en alegría y la continua presencia de Dios--, fue su benévola y amistosa mirada sobre la gente. Sus escritos son un friso de caracteres sobre los que proyecta una mirada de comprensión y de cariño (amistad): el chupatintas, el minero, la maestra de pueblo, el gerente de una empresa, el médico, el que va en el metro o se pone delante de un periódico, el propio periodista... Sobre los defectos y fallos de todos ellos, echa la capa de la comprensión, porque de la corbata o el abrigo para atrás hay sólo una criatura que navega con dificultades.  Y, aún a los que socialmente aparecen como los hombres del alma dura, el  los mira benévolamente por una razón muy superior: también ese hombre a veces cae de rodillas ante Dios, cuando se quita los lápices y la cartera del chaleco, para echar contigo un rato en el que sólo sea un hombre de rodillas, sin matemáticas en las sienes...